de 1904:
Empiezan a proliferar en la prensa regional artículos cantando las excelencias de la costa cabopalera como lugar de veraneo…
“Las calas pequeñas, serenas, frescas de Cabo de Palos, con su cinta de casitas de recreo… …tienen un ambiente suave, idílico, al lado de la febril actividad de la ruda labor minera de la Sierra.
Bordeando los montes un caminejo lleva desde estos pueblos febriles hasta la dulce tranquilidad de la orilla salobre… Al trajín de las recuas cargadas de mineral, y del ferrocarril cargado de plomo, sucede el lento vuelo de los barcos de pesca y el solemne andar de los buques que cruzan, rozando casi las rocas bajo el faro.
El horizonte, limitado aquí por la cresta de la Sierra coronada de chimeneas, allí se ensancha hasta la línea tenue en que se funde mar y cielo.
Una ascensión al faro de Cabo Palos enseña á la vista atónita por la grandeza del paisaje… …a ambos lados del promontorio, corroído por los embates del temporal, se extienden las lindas casas de las familias veraneantes. Hacia el centro… …un modesto pueblecillo de pescadores, maneja sus industrias primitivas, secando al sol, junto á la puerta, sus redes y varando en la arena, frente á la casa, sus botes.
A la derecha del cabo, mirando de la tierra al mar, la costa se pierde en accidentado giro. A la izquierda reverbera al sol el Mar Menor, cerrado al Mediterráneo por la faja blancuzca.
Con el otoño se inicia la desbandada de veraneantes y en Cabo Palos quedan solos los pescadores y el mar, en lucha peligrosa y continua.”