3 de octubre…

de 1953:

La Iglesia católica nunca ha sido muy rigurosa, ni lo ha pretendido, a la hora de crear una tradición. Bastaba, como así lo acordó hace siglos, con que una leyenda estuviera bien arraigada en los pueblos para darla como válida y convertirla en verdad absoluta bajo el amparo del “dogma de fe”. Es el caso del no documentado naufragio de Ginés el Galo en nuestras costas y que apareció recogido en esa época por la prensa franquista en un artículo escrito por Rodrigo de Molina…

“Cuenta la historia que al lado de su tío, el Emperador Carlomagno, creció entre regalos el príncipe Ginés, y que ya mozo, sintió gran deseo de venir en peregrinación a Compostela, para lo cual sus padres fletaron un barco especial. Postrado ante los pies del Apóstol, Ginés resuelve mandar embarcación y criados a su patria y quedarse sólo en España dedicado a la vida de ermitaño. Encontrando dificultades en los servidores de su padre, simuló un viaje a Italia. Ya en pleno mar, frente a Cartagena, tan durísima borrasca se levantó que la tripulación aseguraba ser castigo del cielo por la presencia en la nave de un gran pecador. Ginés, humilde y sumiso, confesose ser el causante de la ira del cielo y pidió lo lanzaran al mar por sus muchos pecados. Pero un milagro portentoso premió la humildad del príncipe, que, extendiendo su capa sobre las olas, flotó sobre el mar hasta llegar al cabo de Palos, instalándose en un cenobio cercano, donde antes de morir profetizó la gran derrota que las huestes del Imperio de su tío habrían de sufrir por los españoles en Roncesvalles. Clemente VIII canonizó, en 1599 al príncipe Ginés y recibió el sobrenombre de la Jara, en recuerdo de la silvestre vivienda y lugar en que transcurrió su vida de eremita.”